PRESENTACIÓN Y MUESTRA DE LOS TRAJES

ESPACIO ESCÉNICO "PAX AVANT" (ANFITEATRO)
31 de julio de 2010 - 12 horas


SALUDO E INTRODUCIÓN

Amaia (en euskera)

Buenos días.

Sed bienvenidos todos a esta primera jornada dedicada a la indumentaria del valle de Roncal. La asociación Kurruskla quiere con esto llamar la atención sobre esta parte tan importante de nuestro patrimonio. Es, a la vez, un homenaje a todas aquellas personas que, durante siglos han hecho de su forma de vestir una seña de identidad.

A continuación vais a poder ver, por vez primera, una amplia muestra de las diferentes formas de vestir que tuvieron los roncaleses.




Fernando

Buenos días a todos. Egun on guztioi.

Sed bienvenidos a esta jornada de exaltación del traje y de la indumentaria roncalesa.

Hemos asistido ahora a esa escenificación que nos ha evocado aquellas primaveras en las que las alpargateras, después de todo un invierno trabajando al otro lado de la muga, regresaban al pueblo, regresaban al valle, y lo hacían cargadas de telas y abalorios para sus trajes. No podían sacar divisas de aquél país, y lo que ganaban lo invertían en material para mejorar la indumentaria.

Las hemos visto llegar al pueblo, y cómo eran recibidas. Allí, en la antigua aduana, han tenido que presentar el salvoconducto y mostrar el material que llevaban. Ignoraban los carabineros que la mercancía valiosa venía por otra ruta, en caballerías, y al amparo de la luz de la luna. Y las hemos visto, aquí delante, ser recibidas por sus familias tras una prolongada ausencia.

Todo esto que hemos visto forma parte de la historia de la indumentaria roncalesa. Desde la asociación cultural Kurruskla hemos hecho una apuesta fuerte por rescatar y por promocionar lo que entendemos que es una parte muy importante del patrimonio de este valle. Hemos visto a nuestros padres y madres, y a nuestros abuelos y abuelas, es decir, a las generaciones más inmediatas, vestir aquellos indumentos que les identificaban como roncaleses. Y antes que ellos, lo hicieron las generaciones que les precedieron siglos y siglos hacia atrás.

Y a toda esa indumentaria la hemos visto desaparecer en el siglo XX. Atrás quedó aquella vieja costumbre de enterrar a los nuestros con sus mejores galas, es decir, con su traje que les identificaba como oriundos de este valle; atrás quedaron aquellas estampas de roncaleses por las calles de Pamplona, respetados y admirados; atrás quedaron aquellas escenas cotidianas en cualquier rincón de nuestras siete villas, impregnadas de mantillas, de calzones, de justillos, o de capas y valonas; y atrás, lamentablemente, quedó esa imagen que asociaba nuestra indumentaria y nuestra bandera, al autogobierno municipal, a la esencia más pura de los fueros y de la democracia, a la lealtad al reino y a quien lo reinase, al valor en la batalla, al valor en el río, y a la supervivencia en la bardena.

Es por ello que nuestra indumentaria, la indumentaria roncalesa, significa para nosotros mucho más que una forma de vestir. Tras ella hay, además, una forma de ser. Y no seremos nosotros quienes renunciemos a ella, ¡todo lo contrario!, estamos comprometidos en su recuperación, en su defensa, y en su promoción. Y fruto de ello es, precisamente, esta jornada que vivimos hoy.


Ana Rosa

En los últimos años estamos protagonizando, a nivel de valle, un esfuerzo importante por sacar a la luz nuestra identidad. Sabéis muy bien que hace tan sólo unos años en este valle roncalés no había más trajes que los de la Junta del Valle y los de la parroquia de Isaba; los demás... se podían contar con los dedos de la mano, ¡de una mano!. Y las banderas estaban arrinconadas, y el baile del ttun ttun se perdía en la memoria, y el uskara estaba muerto, y las almadías eran historias de mayores.

Hoy… empieza todo a ser diferente. El número de trajes en el valle ronda ahora mismo los dos centenares, y se visten en los días grandes de las fiestas, y se visten en Ernaz, y en Puyeta, y en Zaltungorri; y los hemos vestido en más de una veintena de localidades de la Alta y de la Baja Navarra, y de Aragón, y de Guipúzcoa, a donde hemos acudido con nuestra bandera y nuestros bailes. Y los vemos en Burgui cuando miles de personas acuden a ver el descenso de las almadías por el Esca. Y los vemos en las actuaciones de la Coral Julián Gayarre, también por decenas de localidades. Y los vemos recreados en la fiesta de la Cofradía del Queso de Roncal. Y lo llevan las Idoyas en su día. Y lo vimos en Isaba en la fiesta del Rey de la Faba. Y…

Y no queremos que esto se pare. Vamos decididamente hacia delante. Algunos, ciertamente, nos miran con indiferencia, y con esa actitud lo que nos están diciendo es que hay que trabajar aún más, pues sigue habiendo necesidad de concienciar. Otros ven en este traje un disfraz...; no vamos disfrazados de nada, vamos “vestidos de”, vestidos de dignidad, vamos vestidos de orgullo por representar a esta tierra y a todo lo que ella significa.

Y lo mejor es que cada vez hay menos espectadores, pues los que había han dado el paso de vestirse de nuevo. No hay mejor homenaje que éste a nuestros antepasados. Estad bien seguros de ello.

O tal vez lo mejor sea que quienes no habiendo nacido aquí, pero que nos acompañan buena parte del año, sienten como suyo el traje, sienten como suya la bandera, y nosotros no los sentimos forasteros. En este siglo XXI, roncalés es, o debe de ser, aquél que trabaja, se esfuerza y se compromete, en hacer de este valle un espacio vivo.



PRESENTACIÓN DE LOS TRAJES

Fernando

Vamos ahora a ver los trajes.

Antes de nada, y aunque muchos ya lo sabéis, es obligado recordar que había dos modalidades de vestir; por un lado estaba la indumentaria de uso ordinario, con la que se trabajaba, con la que se estaba en casa, con la que se iba a la fuente a por agua, o a la taberna a por aguardiente. Y por otro lado estaba la indumentaria de los días festivos, mucho más vistosa y colorida –esa misma que estáis viendo ahora-, utilizada principalmente para acudir a la iglesia, para el posterior baile del ttun ttun en la plaza, y para pasear por las calles en esos días festivos. Es en esta última modalidad en la que nos vamos a fijar principalmente, eso sí, sin evitar algunos guiños a esa otra indumentaria del día a día.

Y para mejor entenderlo todo, vamos a empezar por los trajes que llamamos medievales. (Pasan los trajes) Y los llamamos medievales porque sabemos, por su tipología, que se remontan a la época del medievo, a los siglos XIII y XIV. Sin embargo, allí donde los veis, fijaos que el del hombre apenas ha conocido cambios importantes. Y el de la mujer… así vistieron las damas roncalesas hasta el siglo XVIII.



Y detrás de estos trajes hay una historia, una historia curiosa...

Hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XVIII. La Junta del Valle de Roncal, como acostumbraba a hacer periódicamente, sacó un edicto recordando a las mujeres la obligatoriedad de usar el tocado a la hora de ir a la iglesia. Pero en esta ocasión, siguiendo la línea de lo que se hacía en otros lugares, la Junta –formada por hombres- fue algo más lejos; decretaron aquellos hombres que toda aquella mujer que hubiese sido víctima de la fragilidad humana, en lugar de tocado debía de limitarse a un simple paño blanco que cubriese su cabeza.

Parece que no se acordaban aquellos hombres que quien le cortó la cabeza al rey moro fue una roncalesa; y mujeres eran aquellas que desde el Igal se trajeron hasta Isaba, por el monte, la verja de la ermita de Idoya.

Y aquellas mujeres roncalesas, lejos de acatar lo que la Junta del Valle decretaba, dijeron claramente que no, que no estaban dispuestas a sufrir esa humillación y esa discriminación. Y la forma de rebelarse fue cubriendo su cabeza con una mantilla; ni tocado, ni paño. No hace falta explicar la que se armó en este valle. Algunas pasaron por la cárcel; otras, en señal de protesta, dejaron de ir a la iglesia; y el asunto llegó a los tribunales del Reino; y los tribunales… acabaron dando la razón a las mujeres roncalesas.

Es así como el tocado desapareció en aquellos últimos años del siglo XVIII, y con él todo el traje femenino, dando paso a una nueva forma de vestir, con sayas, jubones, justillos y mantillas en lugar de aquellos atuendos. Y…


Ana Rosa

... y es así como se dio paso en las mujeres a un nuevo traje, el que hoy conocemos. Y fijaos bien; dentro de ese nuevo traje hubo, que sepamos, al menos hasta cuatro variantes. La variedad, como veis, estaba en la mantilla.



Aquellas mujeres, que fueron capaces de dejar de acudir a la iglesia defendiendo el uso de la mantilla frente al tocado, no quisieron que aquella actitud se interpretase como un gesto antirreligioso.

Por eso, quisieron que la mantilla fuese a su vez un elemento que reflejase los tiempos litúrgicos. Y, como muchos de vosotros ya sabréis, la Iglesia utiliza en sus ornamentos cuatro colores principalmente.

Por un lado está el color blanco, que se usa principalmente en tiempo pascual y en Navidad, así como en las fiestas solemnes del Señor, de la Virgen y de los ángeles

Por otro lado esta el color rojo, que se viste en Semana Santa, en Pentecostés, en las fiestas de los Apóstoles, y en las de aquellos santos que conocieron el martirio.

Otro color es el morado, que se usa en Adviento, en la Cuaresma, y en las liturgias de difuntos (funerales y aniversarios, para que me entendáis).

Y por último esta el color verde, que se empleaba en todas aquellas fechas que no requerían los otros colores, lo que en términos eclesiásticos se denomina “en tiempo ordinario”.

Aquellos cuatro colores en las mantillas no llegaron a conocer el siglo XX. Tan solo sobrevivió el color rojo, que es el que se mantiene en la actualidad.

Fijaos también en esa pequeña borla que se luce en el centro de la frente; es el muskoko. Además de ser un detalle ornamental, servía a aquellas mujeres para ponerse la mantilla bien centrada en una época en la que no había espejos.

Y en las puntas de la mantilla, si os fijáis, cuelgan unas piezas de tela. Son las higas, a las que se atribuye un carácter de amuleto. Aunque nos os lo parezca, estamos en un valle en el que la brujería estaba a la orden del día. Simplemente os digo que la primera bruja que se quemó en la Alta Navarra, en lo que hoy es la provincia de Navarra, fue precisamente aquí, en Isaba, allá en el siglo XIV.


MUJER SOLTERA

Fernando

Ya hemos visto que la indumentaria roncalesa, además de su función estética, sirve para comunicar. A través de ella sabemos si una persona está casada o si está soltera, si está comprometida o si no lo está, incluso en el caso de los hombres podemos saber si su matrimonio está próximo.

Damos paso a la indumentaria de la mujer soltera.


Zapatos negros, medias blancas, camisón blanco (que antes iba desde el cuello hasta los tobillos), dos faldas azules (la bajera, plisada; y la encimera levantada por delante y sujeta con un broche por detrás), y por último esta el justillo, un sencillo chaleco negro adornado con un peto de brocatel.

La falda superior, fijaos bien, al levantarla y ceñirla por detrás, deja a la vista una amplia franja roja. Eso es el aldar; y, de alguna manera, nos evoca a la gesta de aquella mujer de Urzainqui, que tras cortarle la cabeza al caudillo árabe, la colocó en su falda encimera para transportarla, quedando después manchada de sangre, sangre roja.

Y fijaos también en el justillo, con esas puntas en el escote –que lo diferencia del salacenco, por ejemplo-. El justillo se ata con un cordón dorado, rematado en su extremo por una minúscula borla. Según esta borla colgase a la izquierda, o a la derecha, significaba que estaba comprometida o que estaba libre.



HOMBRE SOLTERO

Ana Rosa

Damos ahora paso a la indumentaria del hombre soltero.




También los hombres a través de sus chaquetas, o chamarras, nos transmitían cierta información. Vemos aquí a un mozo vestido con zapatos negros, medias blancas, calzón negro, blancos zaragüelles (zaragüelles, para que lo entiendan ustedes, son los calzoncillos, que entonces era algo similar al calzón, es decir hasta la rodilla); vemos también la faja morada, camisa blanca, chaleco y chaqueta de paño.

Son precisamente estas dos últimas prendas las que delataban que este muchacho estaba soltero. El chaleco podía ser “de vivos colores”, que se decía; elaborado con telas estampadas llenas de colores. Era signo inequívoco de la condición de soltero.

Y la chaqueta era de color blanco, o de color marfil, siempre de paño del país (del que se hacía en los batanes del valle), con doble botonadura negra, y con ribetes que, indistintamente podían ser rojos o negros, aunque abundaban estos últimos. El ribete negro adornaba las solapas, las bocamangas y dibujaba coderas.

Era también muy habitual decorar el entorno de los ribetes con pespuntes de hilo negro. En muchos casos, llevar la chaqueta blanca hacía innecesario lucir un chaleco de colores, por lo que era muy habitual acompañar a esta chaqueta con un chaleco gris, o negro.

Y en la cabeza, o a la espalda, que no faltase el sombrero negro, tipo “medio bombín”, con barbuquejo borlado.



MUJER CASADA

Fernando

Seguidamente damos paso a la indumentaria de la mujer casada




Hemos visto hace poco a la mujer soltera. Pues bien, la única diferencia que encontramos entre la soltera y la casada, es el derecho de esta última a lucir jubón, o chaqueta, sobre el justillo. Seguramente que aquellas mujeres, que a finales del siglo XVIII crearon este traje, tenían algún motivo para negar a las solteras el derecho a abrigarse, pero es algo que no ha trascendido y que desconocemos.

Hoy vemos jubones y justillos con hermosas telas y artísticos bordados. No siempre era así; las mujeres más sencillas prescindían muchas veces de los bordados, y llevaban cenefas mucho menos vistosas.

Y observad las joyas. Vistosos pendientes, igual que fuesen de oro que de plata. El bitxi, que es ese colgante que se ata al cuello con una cinta de terciopelo negro. Y el amabitxi, que es ese broche que sirve para sujetar la falda encimera por detrás.

Sin olvidarnos tampoco del collar; con perlas las más pudientes, y con corales las más modestas. Solías ser varios hilos, repletos de abalorios, dispuestos en forma de media luna, que se ataban al cuello con una trenzadera negra.

Otra cosa que identificaba a las mujeres roncalesas era su peinado, con una larga trenza que frecuentemente llegaba hasta la altura de las corvas, detrás de la rodilla.

En la parte superior de la trenza decoraba el pelo un vistoso lazo, el zintamuxko.



MUJER VIUDA O ANCIANA

Ana Rosa

Seguidamente damos paso a la indumentaria de la mujer anciana.




Decimos mujer anciana, o viuda, para entendernos mejor, porque eran dos situaciones que obligaban a este tipo de traje, todo negro.

Pero una cosa que tenemos que saber es que cuando una mujer se casaba, a partir de la boda mantenía durante uno o dos años la indumentaria que se nos ha presentado como de mujer casada, pero pasado este tiempo, normalmente en plena juventud, pasaban a vestir totalmente de negro, incluida la mantilla y las faldas; indumentaria esta que les acompañaba el resto de su vida.

Precisamente, a las últimas ancianas del valle que hemos conocido con la indumentaria tradicional, este es el modelo de vestido que llevaban, sobre todo a la hora de ir a la iglesia.



HOMBRE COMPROMETIDO

Fernando

Damos ahora paso a la indumentaria del hombre... comprometido.


Lo mismo que las mujeres llevan un tipo de indumentaria a raíz de su boda y la mantienen durante uno o dos años, en el caso de los hombres sucede algo relativamente similar, pero... no es exactamente lo mismo.

Antiguamente, cuando un hombre se comprometía con una mujer, sustituía la chaqueta blanca que hemos visto antes, por otra de color rojo, o granate. Y esta prenda la mantenía hasta uno o dos años después de haberse casado.

Ya sabéis que, hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando moría una persona en este valle se le enterraba con sus mejores galas, es decir, con su traje roncalés. Eso explica, a diferencia por ejemplo de lo que sucede en el vecino Ansó, que aquí no se conserven piezas muy antiguas de indumentaria. A pesar de ello, en las casas del valle todavía se han podido localizar algunas prendas del siglo XIX, y entre todas ellas, sabemos de al menos dos chaquetas granates.




HOMBRE – TRAJE DE IGLESIA

Ana Rosa

Procedemos ahora a mostrar una prenda poco conocida.


Estamos ante lo que se denominaba “traje de iglesia”, posiblemente lo mismo que en otros valles de nuestro entorno se llamó “traje de cofradía”.

Así es como iban vestidos en este valle los hombres cuando acudían a la iglesia. Esa especie de chaquetón, de corte casi militar, y de grandes botones, se denominaba ongarina.

Esta es una variante del traje roncalés que llegó a perderse totalmente hace ya más de cien años, y que no ha formado parte de las recuperaciones que se han hecho en las últimas décadas. Tan sólo pervivía en los dibujos que hizo la tía Martina para ilustrar sus coplas.

Hoy podemos ver este ejemplar, en muy buen estado de conservación, que nos evoca el aspecto sobrio y solemne de aquellos hombres de antaño.



HOMBRE CASADO

Fernando

A continuación vamos a ver cómo vestían los hombres una vez que ya llevaban un tiempo casados.





Si las mujeres cuando llevaban ya uno o dos años casadas se vestían totalmente de negro..., con los hombres pasaba exactamente lo mismo.

Zapatos negros, medias negras, calzones negros, chaqueta negra, e incluso en algunas ocasiones la faja también era negra.

La chaqueta, como hemos visto en las otras, destacaba con un ribete las solapas, las bocamangas y las coderas. Era un ribete rojo, identificativo de los oriundos del valle de Roncal.

Pero me gustaría que ahora os fijaseis en la cabeza, en ese pañuelo que adorna la cabeza; es el zorongo. ¿Quién no ha oído hablar del cachirulo aragonés?, pues esto es exactamente lo mismo. Estamos ante otro elemento cuyo uso también se ha perdido, con alguna honrosa excepción.

Basta con ver cualquier foto de hace unas décadas para comprobar que era aquí una prenda de uso común. Servía para proteger la cabeza de la suciedad, para protegerla del sol, para absorber el sudor, y sobre todo, gracias a ese nudo, para ajustar el sombrero.



BAUTISMO

Ana Rosa

Y presentamos ahora otra variante del traje que también está extinguida.





No se trata exactamente de una forma de vestir, sino del equipamiento que lucían los niños y las niñas a la hora de recibir el sacramento del bautismo, que solía ser tan sólo unas horas después de haber nacido.

La verdad es que no hay muchos datos sobre cómo se vestía a las criaturas, pero sí que hay algunos detalles que han trascendido hasta nuestros días gracias a aquellas coplas de la tía Martina.

Así pues sabemos que al niño, en el momento de bautizarle, se le envolvía en una zaleja blanca, y que esta a su vez se colocaba dentro de una mantilla roja.

También sabemos que, al igual que sucedía en toda la franja pirenaica, en el momento del bautismo los niños y niñas lucían en su cintura, una especie de faja de tela recia, muy vistosa en su colorido, sobre la que se ponían algunas medallas y amuletos con los que los padres y padrinos buscaban la protección ante cualquier tipo de enfermedad o maleficio.

Y sabemos también que a la hora de cristianar nunca faltaba, como hoy vemos aquí, una madrina que en un canastillo llevase la cera.



REGIDOR

Fernando

Damos paso ahora a la autoridad.




Ya sabéis que este valle es poseedor, al menos desde el siglo XIV, de una entidad administrativa local con personalidad jurídica histórica. Hablamos de la Junta del Valle de Roncal.

El funcionamiento de esta entidad, muy anterior a la propia Diputación Foral de Navarra, exigía en cada pueblo del valle la figura del alcalde, o regidor.

Hasta finales del siglo XVIII la máxima autoridad de cada pueblo se identificaba, desde el punto de vista de la indumentaria, vistiendo sobre su traje roncalés, el capote y la valona, y sobre estos una banda roja de tela cruzada en el pecho.

Durante la primera mitad del siglo XVIII fue desapareciendo en los varones roncaleses el uso del capote y la Valona, quedando relegado el uso de estas piezas para identificar a los alcaldes. Desde ese momento se perdió el uso de la banda encarnada de tela; igual que también se perdió el chuzo, o pequeña lanza, que exhibían en las celebraciones públicas.



PASTOR Y ALMADIERO

Ana Rosa

Seguidamente damos paso a quienes representan a dos viejos oficios. Hablamos de los pastores y de los almadieros.


Ha quedado comprobado que en este valle, ya en la época megalítica, había asentamientos humanos pastoriles. Desde entonces el pastoreo ha sido una constante, y también uno de los ejes principales sobre los que ha girado nuestra subsistencia.

También desde hace varios siglos tenemos conocimiento documentado de la actividad maderista, que alcanzó su máximo exponente en un oficio, el de almadiero, que pasa por ser una de nuestras señas de identidad.

Unos y otros prácticamente no se diferenciaban en su forma de vestir, con la excepción de lo que las modas actuales denominan “los complementos”. Zurrones y palo los pastores, astral o pica los almadieros.

Pero hay una prenda, antiquísima, que es la que identificaba a quienes practicaban estos dos oficios, como cualquier otro oficio que obligase a estar expuesto a las inclemencias del tiempo. Hablamos del espaldero, de piel de cabra o de irasko, que se ataba por delante con unas correas cruzadas, y cubría la espalda y los hombros. Y hasta las primeras décadas del siglo XX llegó a sobrevivir el complemento de esta pieza, el delantero, que cubría por delante desde el cuello hasta las rodillas.

Estamos ante prendas que nos vienen desde la época prehistórica, y que hoy, siglo XXI, todavía no han sido superadas en su eficacia a la hora de abrigar y de proteger al cuerpo de la lluvia.



TRAJES NO FESTIVOS, DE USO ORDINARIO

Fernando

Y por último damos paso a otro tipo de indumentaria que tampoco se vestía los días festivos: en este caso es una mujer la que nos muestra cómo era la ropa del día a día, la ropa que se empleaba en las labores del hogar.


Por lo general había en aquellas chambras, en aquellas blusas, y en aquellas kotas, o faldones, ausencia total de colores. Todo giraba en torno al blanco y negro, y a la amplia gama de los grises.

Poco a poco, en futuras ediciones de esta jornada que hoy celebramos, iremos mostrando versiones más amplias de este tipo de indumentaria de uso diario, con toda la variedad de mantillas que se empleaban, unas para estar en casa, otras para ir al monte.

Y en los hombres descubriremos las fajas negras, y las chaquetas de tela, y… Y nos adentraremos también en el mundo del calzado, que merecería una atención especial.





DESPEDIDA

Fernando

Bien, hasta aquí la presentación de los trajes que han llegado hasta nuestros días; es muy posible que, al igual que sucede en Ansó, hubiese mucha más variedad (de boda, de cristianar…); de hecho, en algunas casas del valle se conservan pequeños elementos que nos inducen a pensar que la variedad en la indumentaria era mucho más amplia; pero esto que habéis visto es lo que conocemos con seguridad; a partir de aquí… obligadamente tendríamos que entrar en hipótesis y suposiciones.

Desde la asociación Kurruskla trabajamos, y trabajaremos, para que poco a poco se vayan viendo más trajes en nuestro valle. Queremos que esta jornada que hoy celebramos, tenga continuidad, cada año; y queremos que cada año seamos más. Estamos orgullosos de esta parcela de nuestro patrimonio, es un signo que nos identifica.

Pero, antes de que nos lo diga nadie, también tenemos muy claro que ser roncalés no está solo en vestir o no vestir uno de estos trajes. Ser roncalés no está en desfilar detrás de la bandera o en no desfilar. Ser roncalés es, sobre todo, una forma de ser. Ser roncalés es comprometerse con nuestro pasado, con nuestro presente, y con nuestro futuro. Quedarnos sólo con uno de ellos es un error y un sinsentido.


Ana Rosa

La bandera, el escudo, el traje… son signos, signos de identidad colectiva. Sabemos muy bien que son signos externos, que es el corazón y el sentimiento el que hay que vestir de roncalés, pero a la vez nos ayudan en esta labor de desarrollar el presente y de proyectar el futuro. Y a la vez nos conectan con nuestro pasado, con nuestra historia, con nuestras raíces, con nuestros antepasados.

Es por ello que no ha de faltar trabajo y empeño a la hora de recuperar nuestra indumentaria, y nuestra lengua roncalesa, y todas y cada una de nuestras tradiciones. Por eso estamos hoy aquí. Y trabajaremos, como se ha dicho, para que el año que viene seamos más, para que seamos más los que vistamos con la indumentaria roncalesa nuestros cuerpos, o nuestro corazón, y si son las dos cosas mejor.

Muchas gracias a todos. Ezkerrik anitx.